lunes, 16 de febrero de 2009

Jaime Menéndez "El Chato". Otro gran olvidado.

Hubo un día... allá por 1917, que a un intelectual de nombre Nicolás María y de apellido Urgoiti se le ocurrió la brillante idea de fundar dos de los mejores diarios de nuestra historia: “El Sol” y “La Voz”. Entre sus colaboradores podíamos encontrar a hombres de la talla de Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ramón Menéndez Pidal, José Ortega y Gasset, Agustín de Foxá, Antonio Machado, José Bergamín, Manuel Altolaguirre Rafael Alberti y otros muchos, algunos, por desgracia, condenados al ostracismo por culpa del franquismo... Años después, en 1924, el grupo empresarial de “El Sol” y “La Voz” creó la Agencia Febus para abastecer de noticias a los mencionados heraldos; allí colaboraron las mejores plumas. El 17 de julio —y no el 18— comenzó en Ceuta la Guerra Civil, con el asesinato, entre otros, del Teniente Tomás de Prada Granados, leal a la República. La Agencia Febus se convirtió en la fuente principal de suministro de noticias de la prensa republicana, de la prensa roja, de rotativos tan importantes como “Política”, “El Socialista”, “Claridad”, “Mundo Obrero”, “Ahora”... y los anteriormente citados, “El Sol” y “La Voz”. El 28 de marzo de 1939 las tropas de Franco, apodado por Queipo de Llano como “Paca la culona”, incautaron la prensa republicana. Incautaron la Agencia Febus. Pero curiosamente, tan perfecta era toda su estructura, que aprovecharon la misma para crear la agencia EFE. EFE de Febus, y no de Falange como se ha creído durante muchos quinquenios.

El 25 de febrero de 2008, en el marco incomparable del Ateneo de Madrid, en un acto sobre “La defensa de Madrid 1936-39”, con la presencia, entre otros, de José Andrés Rojo, Fernando Sánchez Dragó y el profesor José Luis Abellán, se fundó, o mejor dicho, se refundó, la Agencia Febus. Y con un objetivo único y primordial: recuperar a intelectuales, escritores y periodistas de la Segunda República, Guerra Civil y Franquismo. Para dar a conocer nuestro trabajo hemos elegido “La República.es”. Por un lado, en su versión digital, les ofreceremos entrevistas videográficas de personajes que, aunque sean auténticos desconocidos, merecen ya su tributo; y por otro, les transcribiremos los artículos que hicieron de la prensa de esos períodos históricos un verdadero núcleo de literatura, talento, genialidad, erudición, rigor, oficio y compromiso político.

Para empezar, hemos seleccionado un reportaje publicado el 6 de Noviembre de 1937 en la revista “Estampa”, que en ese momento dirigía el intelectual Manuel Navarro Ballesteros; el autor, Jaime Menéndez, apodado “El Chato” por su nariz de boxeador. Menéndez nació en Sobrerriba, una aldea de Cornellana, en Asturias, de apenas 150 habitantes. Emigró a Cuba. De forma autodidacta estudió periodismo e idiomas. En 1925, ya en Nueva York, se convirtió en el primer español en formar parte de la prestigiosa redacción de “The New York Times”. En 1931 fundó juntos con otros republicanos la Alianza Republicana Española de Nueva York y su órgano oficial, “España Republicana”, donde colaboraron hombres de la talla de José Ortega y Gasset, Salvador de Madariaga o Manuel Azaña.
En 1932 llegó a Madrid y escribió en las publicaciones más relevantes: “Leviatán”, “Cruz y Raya”, “Política”, “El Sol”, “La Voz”, “Mundo Obrero”, “Claridad”, “La Vanguardia” “Estampa”... Publicó su libro “Vísperas de Catástrofe”, de notable éxito, en el que vaticinaba el peligro del fascismo. Fue nombrado comisario por Juan Negrín, y ocupó la dirección de “El Sol”a finales de 1938. Hecho prisionero en el puerto de Alicante, pasó por el campo de concentración de los Almendros y otros centros de represión. Salió en 1944, pero por su seguridad y la de los suyos debió de exiliarse a Tánger. Allí trabajó en el diario “España”, siendo adelantado de la “transición periodística”; es decir, fue el primero en escribir en pleno franquismo de lo que estaba totalmente vedado: libertades, democracia, marxismo, socialismo, leninismo, críticas a los fusilamientos franquistas...

Después de esta exposición, en forma telegráfica, de algunos datos de su dilatada biografía, sin más dilación y para su deleite, les transcribo le artículo, titulado “La defensa de Madrid”:

Que vuelvan, así acabaremos antes!
Versión gráfica en la línea de fuego del “¡No pasarán!”, que se hizo grito famoso en las calles de la ciudad.
En este Madrid heroico, soberbiamente gallardo, sólo se vivía para la guerra. Y se ha seguido viviendo desde entonces. Todo lo demás ha seguido desplazado de las preocupaciones ciudadanas. Como en Leningrado.
Aquellas jornadas singulares no se han agotado. La capacidad de resistencia de los pueblos no se agota jamás cuando sus sentimientos y sus anhelos tiene acertada interpretación. En Leningrado hubo días más duros todavía que los de Madrid. Y, sin embargo, Leningrado resistió y salió triunfante.
También allí había como en Madrid una fuerte, temible “quinta columna”. Y sus actividades adquirieron una extensión y variedad hasta aquí sin reproducir íntegramente. A los feroces y repetidos ataques que se sucedían sin interrupción, se sumaban los actos de sabotaje, traición y espionaje, a la vez que las defecciones, dentro de la ciudad misma.
Llegaron a escasear los víveres de manera alarmante. El pueblo de Leningrado no comía. Pero luchaba. Sin embargo, no era esto lo peor. Había algo mucho más grave.
Algunas vez llegaban conservas a las barricadas desde las cuales se defendía la ciudad que había sido capital de los zares. Llegaban también líquidos. Y lo que no estaba adulterado hasta lo increíble llevaba disuelto vidrio pulverizado, fragmentos de metal. La comida y la bebida se había llegado incluso en algunos casos a mezclar con defecaciones. En el mejor de los casos, las latas de conservas ofrecían resquicios por los cuales entraba el aire, produciendo una rápida descomposición.
En la guerra civil rusa se produjeron grandes epidemias, que causaron estragos en la población combatiente tanto como en la población civil. Quizá para ellos influyesen algunas circunstancias especiales -tres años de guerra agotadora para el pueblo, altamente beneficiosa para los especuladores-, pero influyeron sobre todo las medidas de sabotaje en la retaguardia. Pero el pueblo venció por su capacidad inagotable de resistencia, por su conciencia insobornable, por su arraigado espíritu de clase.
Como en Madrid, en Leningrado les cupo a los comisarios un papel de gran importancia. Eran los que mantenían vivo en todo instante el espíritu del pueblo, el carácter de la lucha, la necesidad de mantener una disciplina severa. Hasta entonces la Historia no había registrado un caso igual. Las condiciones de pronunciada inferioridad en que tuvo que resistir el pueblo ruso contra la reacción nacional y contra la invasión de dos docenas de potencias extranjeras no fueron nunca capaces de doblar su recia formación popular ni de enfriar su entusiasmo.
Había motivos para ello. Cuando la guerra es larga y las condiciones de lucha son muy duras -como lo han sido en Rusia y lo son en España- es preciso mantener siempre fija y constante la idea que cristalizó a la realidad en el entusiasmo inicial. De lo contrario las penalidades abren cauce a la vacilación y al resquebrajamiento de la disciplina. Esto lo impidieron los comisarios, alma y nervio de todo ejército popular. De ellos es la tarea de dar formación, disciplina y carácter a los soldados que van saliendo de las milicias nacidas del fervor y del entusiasmo populares.
Desde el primer momento, Madrid respondió con amplitud y generosidad. Muy difíciles eran las circunstancias que entonces se daban. La guerra llevaba meses de duración. Las reservas de la ciudad se iban agotando -se habían agotado casi totalmente-, faltaba en realidad de todo. Pero no faltaba ese espíritu que hace grandes, a la vez que invencibles, a los pueblos.
De la experiencia de este año -prolongación, día a día, del 7 de noviembre de 1936- se sacan ricas y abundantes enseñanzas. Madrid seguirá resistiendo, si ello fuese preciso. Aun cuando las condiciones fuesen más duras todavía de lo que lo han sido hasta ahora. Nuestro pueblo cuenta para ello no sólo con sus propias experiencias. Cuenta también con las del pueblo soviético, que ha tenido que pasar por horas quizá más amargas y difíciles de las vividas aquí hasta el día. Las derrotas, algunas de ellas de vasta y catastrófica magnitud, sirvieron sólo para templar más aun sus nervios de acero y su voluntad de hierro.
Pero acaso esto no sea preciso ya. Por algo Madrid es admiración y orgullo de todo el pueblo español, que hará todo lo posible por aliviar los sufrimientos y sacrificios que está resuelto a seguir prodigando, si ello es preciso. Sólo a cambio de sufrimientos y sacrificios se forja un futuro de dicha, de bienestar y de independencia. Lo sabe Madrid. Como lo sabía también Leningrado.
Estampa, Madrid 6 de noviembre de 1937.
Agencia Febus

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