Concepción Reguera y Victorino de las Heras cuando se casaron. |
La verdad es que siempre que he hablado de mis abuelos me he referido a los paternos, la razón es simple mi abuelo paterno Jaime Menéndez "El Chato" fue un personaje de gran relevancia historiográfica y relegado al ostracismo por culpa de la dictadura franquista. Un día decidí recuperar su legado para ponerle en el lugar que merece un hombre que fue, entre otras muchas cosas, miembro de la generación del 27, escritor, periodista, director en Nueva York del diario La Prensa, primer español redactor de The New York Times (también en Nueva York), director del diario El Sol durante la segunda república y pionero de la lucha antifranquista tanto en Madrid como Tánger, desde su periplo de preso político hasta su muerte en 1969 con episodios verdaderamente épicos. Después de varias conferencias, realizadas en distintas universidades, de haber escrito muchos artículos, hecho documentales y haber publicado La epopeya de "El Chato" poco me queda por contar de mis abuelos paternos. Así pues dedicaré las próximas líneas a contarles quienes fueron mis abuelos maternos.
Mi abuela materna se llamaba Concepción Reguera aunque los nietos la llamábamos Tata Concha. Nació, en 1913, en el pueblo toledano de Nuño Gómez. Allí, pasó su infancia, compartiendo momentos con un tal Simón Sánchez Montero que, según decía mi abuela, era una muy buena persona. Siendo muy joven, con tan sólo 13 años, marchó a Madrid a casa de una tía suya para buscar un futuro mejor. En la capital se formó y trabajó de costurera, una profesión que le apasionaba, su maestría le permitió trabajar para familias muy relevantes y gran poder adquisitivo puesto que además de coser también confeccionaba ropa de todo tipo, incluyendo vestidos de novia algo que estaba a alcance de muy pocos en esa época.
Después de la guerra civil conoció a Victorino de las Heras, un segoviano de Río Frío, sargento del ejército de tierra y que en ese momento estaba destinado en las prisiones militares, situadas en la calle Hermanos Miralles de Madrid. Se casaron en los inicios de los años 40 y tuvieron dos hijos: Rosario de las Heras, mi madre, y José Miguel de las Heras, mi tío que en paz descanse. Sobre la década de los 50 mi abuelo Victorino dejó el ejército y comenzó a trabajar en la obra sindical del hogar y como responsable de la venta de tabaco en el bar Urzaiz que estaba situado en la Gran Vía madrileña y que era propiedad de Daniel, un primo hermano suyo. Debido a la tuberculosis mi abuelo falleció muy joven, con apenas 50 años, por lo que mi abuela tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a la familia.
Después de la guerra civil conoció a Victorino de las Heras, un segoviano de Río Frío, sargento del ejército de tierra y que en ese momento estaba destinado en las prisiones militares, situadas en la calle Hermanos Miralles de Madrid. Se casaron en los inicios de los años 40 y tuvieron dos hijos: Rosario de las Heras, mi madre, y José Miguel de las Heras, mi tío que en paz descanse. Sobre la década de los 50 mi abuelo Victorino dejó el ejército y comenzó a trabajar en la obra sindical del hogar y como responsable de la venta de tabaco en el bar Urzaiz que estaba situado en la Gran Vía madrileña y que era propiedad de Daniel, un primo hermano suyo. Debido a la tuberculosis mi abuelo falleció muy joven, con apenas 50 años, por lo que mi abuela tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a la familia.
Por desgracia a mi abuelo Victorino no le conocí pues nací mucho después de su deceso y muy poco he sabido de él, solo lo que me ha contado mi madre, eso sí, recuerdo que una vez estando en su pueblo natal su hermana, mi tía Bene, me dijo: "Tienes los mismos ojos de tu abuelo Victorino, era un hombre muy bueno". Esa frase se me quedó grabada en la retina. Una frase que refleja, según los que le conocieron, uno de sus rasgos más sobresalientes.
A mi Tata Concha sí la conocí y mucho. La quería un montón. Recuerdo que íbamos con mucha frecuencia a su casa del barrio madrileño de Iglesia, muchas veces andaba cosiendo con aquella máquina Alfa que producía un soniquete hipnotizador y te dejaba como en un limbo, otras andaba cocinando para todos, todavía recuerdo aquella paella que hacía en una enorme cazuela de barro y que estaba para chuparse los dedos y, como no, siempre sacaba unas pesetillas para todos sus nietos. A mi a veces incluso me daba varios duros sin que nadie lo supiera porque como ella decía : "Para eso soy tu madrina". En verano de 1982 o 1983 me fui con ella de vacaciones a su pueblo natal lo que supuso una las experiencias más bonitas y enriquecedoras de toda mi vida. Poco después, a los 71 años, nos dejó pero su legado y su amor hacia los suyos y, en particular, hacia mi perdurará siempre en mi corazón.
Mi Tata Concha en su juventud. |
El día de mi bautizo mi madre y mi Tata Concha me sostienen, 1968. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario