martes, 17 de noviembre de 2009

¿Un pájaro? ¿un avión? ¡no! ¡es Michael Jackson!

No me gusta contarles cosas de mi vida. Cosas cotidianas que rodean mi existencia. Mi abolengo es jalón fundamental para no compartir mis interioridades. Un jalón que espeta humildad. De ahí mi aversión a este tipo de confesiones. Pero hoy ha sido un día diferente. Un día en el que me siento “dangerous”. Madrugué, me aseé, que hay que ir limpio en estos tiempos que corren. Desayuné. Mis cereales, mi leche de almendras –la leche de vaca es mortal, y todavía quiero durar un tiempito-, mis uvas –elixir antioxidante y antienvejecimiento-, mi batido de proteínas y mi cápsula de colágeno –ya lo decía Superratón: “No olviden supervitaminarse y mineralizarse”-. En bicicleta, me fui a las pistas de tenis para ejercer mi derecho a imitar a Rafael Nadal... pero sin llamarme Rafael y sin apellidarme Nadal. Luego a trabajar, dando mis clases de entrenamiento personal y mis masajes. Más trabajo. La comida – no les aburriré más-, y más trabajo... normalmente mi jornada laboral termina a las 22:30. Pero hoy ha sido diferente. Por casualidad o “causalidad”... tengo tres clientes de vacaciones. Y ello me ha permitido finalizar mis tareas profesionales a las 18:45. Qué jarana! Qué alegría! Champagne! Champagne! La ocasión bien merecía un celebración. Una celebración peculiar. Una celebración “black”. Una celebración “white”. Una celebración “Black or white”. “Ji, ji, ju”. Sí, amigos. Me he ido al cine. A ver “This is it”. La película de Michael Jackson. Para tan digna ocasión he seleccionado un cine de la Gran Vía madrileña. Un cine histórico. Histórico como la ocasión. No quería ver esta película en una de esas salas modernas. Automatizadas hasta la médula y deshumanizadas hasta las entrañas. Quería verla en un cine con olor a antiguo. Con olor a abuela. Con olor a abuelo. Con olor a imágenes pasadas. Imágenes de infancia. Imágenes de antaño. Me senté, en la fila 11, butaca 5 –por el glúteo te la...-. Poco a poco el cine se fue llenando. Levanté la vista y noté la presencia de la actriz Silvia Abascal. Acompañada de su madre –supongo- y de otra persona... Impaciente me sentía. Impaciente por el comienzo del largometraje. Se hizo la oscuridad. Y “Ji, ji, ju”. Desde la cabina de proyección el halo de luz impactó el final de su trayectoria en la pantalla. Y... ahí, delante nuestro, como por arte de magia, estaba el rey. Decían que estaba acabado. Que no podía con su alma. Que su mente ya no coordinaba. Que no aguantaría tanto ensayo. Se dicen tantas cosas que no son... Pero no. No señores. No estaba acabado. Quizás demasiado delgado. Pero era un ectomorfo. Y los ectomorfos son así. En el momento del rodaje de la película Michael Jackson tenía 50 años. Rebosaba energía por los cuatros costados. Ganas, juventud, ilusión, organización –mental, física y coreográfica-, genio, mucho humor –hemos descubierto su sorna- magia, magnetismo, carisma, control, etc. Y talento. Sí, señores. A sus 50 años le he visto como nunca. No era un pájaro, no era un avión, no era Superman... era Michael Jackson. “Ji, ji, ju”. Coreografías nuevas. Más completas, más originales, más artísticas. Su voz limpia, eléctrica, viva. Después de verle tan fuerte... me da rabia. Rabia porque ahora tengo más claro que su muerte fue un homicidio... pero eso es otra historia. Y la historia nos ha permitido coincidir en el tiempo con el artista más grande de todos los tiempos. Y eso es todo un premio. Tendría sus rarezas. Sí, eso que alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, llamaba “el reverso tenebroso de la fuerza”... pero no cabe duda que su legado es un privilegio para todos nosotros. Su legado es oro. Y como oro hemos de tratarlo. Ahora sólo nos queda cumplir su última voluntad: salvar el planeta. Salvar el planeta de la mano destructora del hombre... te –permite el tuteo- apuntas? “ji, ji, ju”. Un servidor ya lo ha hecho.
¿Entienden por qué hoy ha sido un día diferente?

A. Febus

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